EL TALLER DEL CIELO

Un día, mientras iba hacia mi casa, pensaba que a miles y miles de quilómetros otra persona estaría dirigiéndose a la suya. Esa persona, sin embargo, no estaría pensando en mí, y posiblemente tampoco tuviera en la cabeza las mismas alegrías ni las mismas preocupaciones que yo, no tendría mis rasgos, ni caminaría en la misma dirección, tampoco ni hablaría mi idioma. Me paré a pensar en la imaginación que Dios tuvo al idear un mundo donde puso a tantísimas personas con capacidades tan diferentes e increíbles, que acabarían moldeando el mundo a su antojo.

Me he imaginado más de una vez a Dios trabajando en su taller, creando una maqueta absolutamente redonda y enorme, plantando zonas verdes, distribuyendo espacios, hogares, creando climas, ideando admosferas, imaginando pequeñas criaturas (en una mesa había una hilera interminable de animales de todas las razas, uno detrás de otro), tallando y pintando con sumo cuidado cada personita diminuta (todas preciosas, todas diferentes, todas indudablemente especiales). Y tú y yo estabamos en esa lista, hechos con tanto amor y distinción como todos los demás. ¡Cuánta imaginación tendría! Después de retocar escrupulosamente cada figura durante el tiempo necesario (dispondía de todo el tiempo del mundo) la colocaba en un lugar de su pequeña maqueta, exactamente estudiado.

Como aquél niño que pone un Belén con un cariño infantil; es perfecto porque es el suyo, su pequeño mundo; prepara primero el paisaje, lo riega, lo poda, distribuye los animales, pinta la luna y las estrellas, y deja lo mejor para el final: los pastores, los reyes... Abre la caja y los va cogiendo uno por uno, les saca el polvo y tras pensar donde tienen que estar los coloca con cuidado de que no se tumben en su lugar. Una vez allí, cada figura sigue su camino. Unos ordeñan, otros pasturan, otros caminan, etc. Si fuéramos un pastor más, seguramente encontraríamos dicha y alegría entre ellos, incluso entre los más atareados y cansados, porque todos, aunque cada uno a su ritmo, tenían un mismo destino, seguir la deslumbrante estrella. Todos tenemos un mismo objetivo, un mismo final, una misma estrella que nos marca una dirección, sin embargo cada uno toma su camino, cada uno acampa donde le viene en gana. Algunos tienen más prisa por llegar a ella, otros prefieren tomarse su tiempo.

Dios colocó a cada figurita en un lugar del belén, no aquél que le pareció más cómodo, ni más pobre, ni más rico, sino allí donde iba a ser más necesario. El pastor podría haber sido rey, sin embargo, fue pastor. Y lo colocó entre un gran rebaño de ovejas. ¿Fue ese peor destino? Yo creo que no. ¿Pues qué tendrá una oveja que no tendrá un camello? No le daría un bálsamo de oro al pastor pero sí un corazón de oro. Un corazón para amar a sus ovejas, para mostrarles el camino correcto. Le daría un bastón, para que no tropiece o se sujete al caer. Le daría un zurrón, para que meta todo aquello que encuentre en el camino y lo trabaje para hacerlo mejor. No le daría una carroza, porque estaría pendiente de llenarlo de cosas grandes y entorpecerían su andar, cuando lo más importante podría caber en un dedal.

Nos envió al mundo desnudos, sin nada, y hemos sobrevivido. Yo no creo en las casualidades. A ti te colocó en un continente, en un país, en una ciudad, en una calle concreta, en un número específico, en un piso, y en una casa concreta. Te dio ese rinconcito de su mundo, y un corazón, para darlo a todos aquellos con los que te encuentras. Además, te ha dado un padre, una madre, unos hermanos, unos amigos. Estás ahí en vez de a miles y miles de distancia, y tienes a tu alrededor todo aquello que debes hacer tuyo, para amarlo, moldearlo, orientarlo, retocarlo, para hacerlo mejor. Porque esas personas que te rodean necesitan que les des tu cariño, que pongas tu paz, que pongas tu alegría, tu ironía, tu carisma, tus bromas, no estás ahí porque si, estas ahí con una misión especial. ¿Sinó para que se esforzaría en tallar tales qualidades en tí? Nuestro camino nos lo regala Dios. Y Él, mientras tanto, nos observa desde lo más alto como un niño curioso que observa su belén, para levantar las figuras que se caen y tallarnos un bastón cuando nos haga falta.

Simplemente Paula Casaña

Comentarios

Entradas populares