Érase que se era... una niña que no tenía zapatos.


Érase que se era, una niña que no tenía zapatos.
 
Tenía de todo, abrigos de todos los colores, botas y faldas de terciopelo, chaquetas de lana… tenía sombreros de algodón y blusas de seda. Pero ella soñaba con llevar unos lindos zapatos. Y salió a la calle en busca de ello.

En los árboles colgaban zapatos de todos los estilos. Los niños trepaban a por sus pares de invierno, y a por prendas de nueva temporada mientras sus padres esperaban aburridos leyendo en algún hueco del tronco. Las mamás llevaban a sus bebés hasta las copas más altas para encontrar las tallas más pequeñas de calcetines. Todo el mundo sabe que los mejores géneros se encuentran en otros lugares, donde la lluvia es más dulce y las raíces germinan mejor.

Ella viajó muy lejos en busca de unos zapatos. Durmiendo bajo las sombras de los cipreses y descansando entre sus ramas. Pero no había ninguno que a la niña le gustara. Una tarde, mientras paseaba, pisó un pequeño dedal y miró dentro. Allí, en el fondo del dedal, encontró una semilla, y la plantó en su jardín.

Unos días después empezó a brotar un árbol precioso, lleno de hojas bonitas y un pequeño fruto que empezaba a surgir entre sus ramas. Al poco tiempo nacieron unos pequeños zapatos, eran tan bonitos que brillaban como el oro. Se los puso una y otra vez. Y corrió, y bailó; caminó calle arriba y calle abajo sin sentir ni siquiera el suelo. Sintió que volaba con ellos y sintió que era feliz.

Érase que se era, una niña que plantó unos zapatos de oro.
 
 
Simplemente Paula Casaña

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