LA SONRISA DE LA LUNA





Hace muchos años, en una larga noche oscura, una pequeña niña llamada Luna daba vueltas en la cama sin poder dormir.

Se había inventado un cuento, había cantado una nana, se había arropado bien, pero nada…; Se recostó sobre su derecha, se tumbó sobre su izquierda, abrazó su peluche, se tapó, se destapó, pero nada… La niña seguía sin poder cerrar sus ojitos.

La pequeña probaba contando ovejas, una… dos… tres… cuatro… pero enseguida las contaba todas. Probó contando conejos, ciento veinte… ciento veintiuno… ciento veintidós…; Cuando ya no quedaban conejos, contaba leones, y después contaba los pelos de sus muñecas. Pero nada… Nada era suficiente para dormir a la pequeña Luna.

Ni siquiera le gustaba la noche. Aun tapando su cabecita con la almohada le aterraban las tinieblas que deambulaban por su habitación; le sugerían fantasmas y historias terribles. Sentía miedo y soledad.

Así pues todo parecía acabar: las ovejas, los conejos, pero no la noche… pues aquélla se le antojaba eterna.

Cansada de contar, saltó de su cama intranquila y se asomó a la ventana vacía y triste. El Sol se perdía cada noche entre las sombras, todo se tornaba oscuro y la pequeña se asustaba; no podía comprenderlo. Pequeños puntitos de luz aparecían entonces en el firmamento buscándolo, y Luna esperaba paciente mientras sus lágrimas mojaban suavemente sus mejillas. Sus ojos vagaban por el horizonte esperando un pequeño atisbo de luz que no aparecía. El tic-tac del reloj la atormentaba sin remedio. Aquella noche, Luna quiso dibujar su propio sueño y salió de casa decidida a encontrar el Sol.

Cogió una escalera muy alta, y empezó a subir. El cielo estaba más alto de lo que creía, y Luna escaló casi toda la noche. Cuando por fin llegó, la pequeña niña caminó entre las estrellas preguntando por el Sol, pero nadie parecía haberlo visto. Cansada y desolada decidió volver pero no encontró la salida.

Aquella misma noche, en la Tierra, un niño despertó de pronto asustado de la noche y se acercó a su ventana. Para su sorpresa, un nuevo astro brillante y dulce iluminaba el cielo, y una luz blanca y preciosa entraba por su ventana iluminando su habitación y la noche. Era grande y hermosa. Se llamaba Luna. El niño ya no sentía miedo y se volvió a la cama. Al igual que él, aquella noche todos los niños se sumieron en sus sueños con una sonrisa en sus rostros y con un pequeño atisbo de luz en sus ventanas.

Cuentan que la pequeña Luna se cansó de buscar la salida, se recostó sobre una nube y se distrajo contando estrellas. Había tantas, que cuando contó la última cayó en un dulce y profundo sueño y se escondió para dejar salir el Sol.


Simplemente Paula Casaña 

Comentarios

Entradas populares